de excesos, decidió entregar su alma a Dios.
Durante muchos años trabajó con ahínco,
practicó la caridad, pero, a pesar de toda
su dedicación, nada perecía andar bien en su vida,
muy por el contrario sus problemas y sus
deudas se acumulaban día a día.
Una hermosa tarde, un amigo que lo visitaba,
y que sentía compasión por su situación difícil,
le comentó: "Realmente es muy extraño que justamente después de haber decidido volverte un hombre temeroso de Dios, tu vida haya comenzado a empeorar.
No deseo debilitar tu fe, pero a pesar de tus creencias en el mundo espiritual, nada ha mejorado".
El herrero le explicó a su amigo que cuando le
llegaba una pieza de acero y que debía convertirla
en una hermosa espada, ésta debía pasar por un
extremado calor para que se ablande, luego debía
martillarlo con gran fuerza para darle la forma que
él deseara y, finalmente debía colocar esa pieza
de acero en agua fría para que mantuviese esa
forma a la que había llegado.
El herrero hizo una larga pausa, y siguió:
"A veces, el acero que llega a mis manos no
logra soportar este tratamiento.
El calor, los martillazos y el agua fría terminan por llenarlo de rajaduras.
En ese momento, me doy cuenta de que jamás se transformará en una buena hoja de espada y entonces, simplemente lo dejo en la montaña de hierro viejo que ves a la entrada de mi herrería".
VDescubriendo el Siglo 21
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