Sucede porque ni yo ni vosotros nos hemos preocupado de ofrecer a tal persona lo que necesitaba.
Hemos rehusado actuar como instrumentos de amor en las manos de Dios para ofrecer a un pobre, hombre o mujer, un trozo de pan, para procurarle una pieza de ropa con que cubrirse del frío.
Sucede porque no hemos identificado a Cristo cuando, una vez más, se nos mostró bajo el rostro del dolor, en un cuerpo humano aterido de frío, muriéndose de hambre; cuando acudió a nosotros como un ser solitario, como un niño perdido en busca de un hogar donde cobijarse.
A veces los pobres pueden tener hambre de algo más que de pan.
Es muy posible que nuestros hijos, nuestro marido, nuestra esposa, no tengan hambre de pan, ni tengan necesidad de vestido y que no carezcan de una habitación.
Pero ¿estamos igualmente convencidos de que ninguno de ellos se siente solo, abandonado, descuidado, desatendido, carente de cariño?
También eso es pobreza.
Es más lo que nos dan lo pobres que lo que pueden recibir de nosotros.
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