Estas grandes ciudades son absurdas:
¡cuesta menos un automóvil circulando durante 24 horas que estacionado en el lugar donde hay parquímetro o en la pensión...!
¡Imagínense que hay colas hasta en los cementerios, en donde se estacionan muertos!
Las mariposas no encuentran flores en dónde estacionarse, ni los pájaros árboles, ni las gaviotas un pedazo de playa sin turista.
¡Esto es el colmo!
La Tierra en el espacio busca, hace millones de años, un lugar dónde estacionarse y...
¡Basta de quejas! ¡Basta! ¡Qué poca cosa somos cuando necesitamos algo!
Porque cuando disfrutamos ciegamente del poder,
del dinero, del amor, cuando aparentemente no necesitamos nada,
somos suficientes, autónomos, libres y
enajenados por una libertad que se convierte en capricho, pero...
Cuando necesitamos algo, nos cabe el alma en una nuez.
El valor se convierte en fantasma y aquello que era libertad,
ahora es un trago amargo.
Tenemos que decidirnos, solos a realizar lo que nos toca.
Y a veces, suele tocarnos la necesidad de estacionarnos.
Queremos estacionarnos en un recuerdo amable de nuestra niñez,
en la sonrisa amorosa de nuestra madre, en el gesto inflexible de un padre que quizá ya no nos acompaña, en el amor de juventud, que nos hizo nacer las primeras canciones y los primeros ensueños, en el amigo fiel, al que no volvimos a encontrar jamás...
¡No hay donde estacionarse!
Nuestro corazón circula por las calles de estos días,
solitario, mirando a un lado y otro buscando un pequeño
lugar, un sitio en donde guarecerse del tránsito angustioso
de la rutina diaria...
Y el sol que quema, el combustible que se acaba y
la vista que comienza a nublarse.
No todo es velocidad y fuga.
¡Urge estacionar el alma en algún lado!
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