sino su mal empleo, el apego a ellos y el
afán de acumularlos.
Jesús dijo que siempre habría pobres entre nosotros,
pero no dejó de predicar la práctica de la limosna
y el deber de la solidaridad.
Proclamó bienaventurados a los que son pobres
en espíritu y lanzó una severa advertencia contra
las riquezas, que vuelven insensibles y codiciosos.
Invitó a "no acumular tesoros en la tierra, donde la polilla y la
herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y las roban" (Mt 6,19)
Al joven rico que anhelaba alcanzar la vida eterna,
Cristo le recordó el deber de observar los mandamientos, y como aquél aseguró que ya los cumplía, Jesús lo invitó a dar un paso más radical hacia la perfección, deshaciéndose de sus riquezas a favor de los pobres.
Entonces el joven "se retiró entristecido, porque poseía muchos bienes".
Quiere decir que a él esas riquezas, en lugar de ayudarlo a progresar en el bien, le fueron de estorbo: no le permitieron llegar hasta el final de un camino que había emprendido, y generaron en él un sentido de frustración: "se retiró entristecido".
Si los ricos comprendieran que la mejor inversión de sus bienes
es lo que dedican a obras caritativas y a prestar ayuda a quienes más
la necesitan, superaría el riesgo de la tacañería y contarían con óptimos
intercesores, tanto en este mundo como en el cielo.
También los que tienen poco están llamados a dar de corazón,
en la medida de sus posibilidades.
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